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Foto del escritorDina Rac Escritora

LUTO EN UN DÍA FELIZ

Actualizado: 15 abr 2024

Es la continuación de esta especie de diario en el que volcaba mis vivencias y reflexiones mientras redactaba la novela sobre mi madre. Es una entrada cronológica, por si acabas de llegar, te sugiero que empieces desde la primera entrada. Tendrá más sentido.



Mi papá y mi mamá el día de su matrimonio


Diciembre 5 de 2013. Fue el día feliz más triste de mi vida. Días antes había logrado entretenerme con los preparativos para la celebración familiar de la inscripción como pareja de hecho de mi compañero y yo. Con el dolor metido dentro, sin elaborar. Todavía sin creérmelo del todo. Había pasado muchos años lejos de Raquel y en ese momento no había demasiada diferencia, excepto por el hecho de que ya estábamos más lejos todavía, separadas por algo más grande e infranqueable que la distancia física. Su muerte fue la ruptura definitiva.


El día anterior, cuatro de diciembre, cuando iba para el trabajo en mi bicicleta, resbalé en una placa de hielo y me partí la mano derecha. Lloré sin consuelo, no tanto por el dolor, más bien por una sensación de desamparo. Pensé en Raquel. Hablé con ella en silencio, a sabiendas de que no me escuchaba pero me consolé de esta forma. Pasé muchas horas en el hospital con una amiga que me acompañó buena parte del tiempo, por lo menos no estuve tan sola. Estas cosas pasan o algo hace que pasen. Tal vez las elegimos. ¿Y por qué me caí? ¿Mi inconsciente eligió apoyar justo la mano derecha y que se rompiera por alguna razón que se me escapa? No tengo respuestas, pero algunos creen que hay un origen profundo alrededor de este tipo de incidentes. No les quito razón, pero tampoco pienso hurgar o volverme loca para encontrar una explicación. El caso es que ese día lo perdí, con tantas cosas que tenía por hacer. Además, la mano que más uso, la tenía adolorida e inmovilizada. 


Volviendo al cinco de diciembre, lo pasé con algunas amigas decorando el lugar donde íbamos a celebrar la unión. La familia de mi entonces pareja quedó en pasar por nuestra casa para salir de allí. Mi cuñada era la encargada de arreglarme. Llegué demasiado tarde y ya me esperaban en la puerta. Subimos a toda prisa, me duché, me maquillaron, peinaron y me ayudaron a vestir –tenía una mano inútil–. Por un momento recordé cuando era pequeña y Raquel me vestía y me acicalaba. El vestido que me estaban poniendo era negro, a propósito, como el que ella llevó el día de su matrimonio. Mi compañero estaba muy nervioso porque íbamos con el tiempo pegado a los talones. Tuvimos que ir en metro pues en coche no llegaríamos a tiempo por los atascos de los días previos a los festivos. Llegamos corriendo y la puerta de la oficina de registro ya estaba cerrada. ¡No puede ser! ¿Será posible que al final no me haga pareja de hecho hoy y haya dejado de ir a ver a mi madre por nada? ¿Y después de esperar un año para esta cita? Golpeé el portón con la mano buena, con tanta fuerza e insistencia que se me entumeció.  Por fin asomó una vigilante. Parece que se apiadó de nosotros y nos abrió. –Menos mal que no se ha ido la funcionaria. A ver si os atiende –dijo. 

La funcionaria nos atendió ante las miradas incrédulas y de alivio de todos. 


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