top of page
Buscar
Foto del escritorDina Rac Escritora

UN FELINO Y LA MUERTE

Lo siguiente sería como el previo de la entrada del blog anterior “Última llamada”. 


Aquí los protagonistas de "Parirás con dolor". Yo soy la más pequeña


Lo presentí cuando vi que tenía mensajes de WhatsApp a las seis y media de la mañana hora de Madrid. Como de costumbre, encendí mi teléfono por la mañana cuando me dirigía al baño y en la pantalla aparecieron las conversaciones del grupo familia Ramírez. 


Al leer el primer mensaje me entró una sensación de incredulidad e impotencia. No, no. Suspiré profundo y apreté los párpados con todas mis fuerzas, como si ese gesto me teletransportara hasta allí. ¿Qué podía hacer? Fui corriendo a la habitación donde tengo el computador y lo encendí. Me pareció más lento que de costumbre, ese pequeño artilugio que tuve que comprar para reemplazar el grande que ya no servía, no tenía suficiente capacidad. ¿Cuándo será que me puedo comprar uno bueno? ¡Maldito computador¡ A ver, a ver, rápido. Ya empezaba a agitar el cuerpo y las piernas como si de ese modo hiciera acelerar al insuficiente disco duro. Uf, bueno, casi que no. Google: billetes a Medellín. 1.500€, 1.600€… con escala en Cali o Bogotá. No. Demasiado caros. Además, no llegaría a tiempo. ¿De donde voy a sacar el dinero…? ¿Cuántos días me darán en el trabajo? Y tengo que volver antes del cinco de diciembre, ¿y los preparativos? ¿Todo lo que todavía está pendiente? Y, otra vez volar a Colombia el día siete de diciembre… ¡Qué complicado!


Se conjugaron muchas variables que me dificultaron viajar de inmediato. Días antes lo había pensado y por sugerencia de mis hermanos empecé a buscar alternativas. Pero la situación era compleja: una mezcla de trabajo, permisos, dinero, tiquetes, la inscripción como «pareja de hecho» de mi entonces compañero y yo, preparativos para la pequeña celebración y un inminente viaje a Colombia de ambos en unos días, planificado desde hacía ocho meses. 


Si esperaba, a lo mejor alcanzaba a verla con vida, ella aguantaría, estaba segura que sí. ¡Mami, ya quedan muy poquitos días! Pilas, que cuando lleguemos vamos a hacer una fiesta por todo lo alto y quiero verte bailar, aunque sea en una silla de ruedas. Le decía por Skype. Ella sonreía con el lado bueno de la cara y se entusiasmaba con la idea de que yo fuera a «casarme». 


Esa mañana del 25 de noviembre, el mensaje de WahatsApp de mi hermano, me resultó demoledor: mamá ya nos dejó. Mis esperanzas de volverla a ver se diluyeron y dejaron un hueco negro y profundo en su lugar. Me dejó en la sin salida. Ya no íbamos a celebrar juntas, ya no podría aclarar las dudas que me surgieran al escuchar las grabaciones, ya no le leería su historia plasmada en el libro que quería escribir sobre ella… Pero su muerte me motivó de una manera distinta. 


En el momento de saber la noticia no podía llamar a Colombia todavía. Allí era de madrugada. Me imaginaba que mis hermanos estarían cansados, dormidos. Además ¿Qué les diría? Debía esperar hasta la hora en que tendrían a mi madre en la sala de velación: a las siete de la mañana de Colombia, una de la tarde en Madrid. 


Se me encogía el estómago al ritmo del segundero del reloj de la cocina, el único sonido que reinaba en la casa. Toda la mañana me martillaba el tic tac acompañado de un pensamiento: no me esperó, no me esperó. Si solo faltaba un poco más de diez días para mi viaje... Yo me odiaba, sentía remordimiento, me arrepentía de no haber cogido ese tiquete directo Madrid-Medellín unos días antes, estaría ahí tal vez, la hubiera visto morir. O no. Por lo menos me habría despedido. Imaginaba que cogía su mano, susurrándole al oído lo mucho que la quería y que podía partir en paz. Me acostaba en la cama a sollozar con un llanto incompleto, porque aún no lo creía. Me levantaba, iba a la cocina de nuevo, miraba el reloj, abría la nevera, no quería comer nada. Los pensamientos me acosaban mientras daba vueltas por la casa como un felino  encerrado.


La palabra muerte con su presencia rotunda estaba ahí y no la podía asir. Ni entender. Tremendamente injusta. No me sentía preparada para asumir esa realidad, ni el asalto de tantos pensamientos y sensaciones que ocuparon mi cuerpo a la fuerza. 





34 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments

Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Add a rating
bottom of page