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Foto del escritorDina Rac Escritora

VESTIDOS, FLORES Y LÁGRIMAS

Actualizado: 23 may 2024


Mi madre y yo en nuestro cumpleaños en 2008. (La fecha de la cámara no coincide).


En esta parte del diario describo mi viaje a mi tierra, tan necesario para el duelo, antes de  retomar la escritura de la novela. 


Diciembre 7 de 2013. Salimos de viaje desde Madrid rumbo a Medellín. En ese momento, no sé qué sensaciones me esperan, tengo la expectativa de poder cerrar este capítulo, abrazar al fin a mis hermanos y llorar a mis anchas para sacar el dolor anquilosado. En definitiva, hacer el duelo.


Ya en mi tierra, las jornadas pasaron entre reuniones para definir temas de herencia y otras minucias. Uno de esos días hicimos un retiro de hermanos para recordar a Raquel, ver fotos antiguas y escuchar algunas de las grabaciones que había hecho con ella. Aproveché para grabar nuestra conversación en la que se mezclaban recuerdos, anécdotas de nuestra vida familiar y de ella. Utilizaría ese material para el libro.


Celebramos la Navidad con toda la tropa Ramírez. Incluimos la tradicional repartida de regalos y la cena, acompañada de los mismos dulces que preparaba la matrona. Ella estaba presente en los sabores del manjar blanco, la natilla y los buñuelos. Fue una noche rara, porque había un ambiente de felicidad incompleta. Los niños y jóvenes disfrutaban y se reían pero en los ojos de mis hermanos se revelaba una pátina de dolor. Por fracciones de segundo me sorprendía a mí misma buscando a Raquel con la mirada. Me pasó algo similar días antes en la casa de mi hermana: se me ocurría llamarla por teléfono y enseguida caía en la cuenta de que ya no era posible hablar con ella. Medellín sin mi madre no me encajaba, porque el principal motivo de mis viajes (verla a ella), había desaparecido de un plumazo. Parecía que estar allí carecía de sentido. Su ausencia estaba en todas partes: en las calles del barrio, en nuestra casa familiar, en la que fue su habitación, al otro lado del teléfono… 


Junto con mis hermanos, hicimos una jornada para vaciar la casa. Me encontré con mis recuerdos de niña, adolescente y adulta. Tantas historias contenidas en ese espacio, tantas nostalgias encadenadas a cada objeto. Sentía la aprehensión de tirar a la basura algunas cosas, pero una vez que lo hacía era como liberar a un pájaro de su jaula. Estaba cerrando ese capítulo. Dejar la casa, despojarla de los muebles y objetos que siempre estuvieron ligados a ella y a nosotros, de alguna manera fue una liberación necesaria para afrontar el dolor. ¿Qué más daba ya conservar aquel mueble, esa tarjeta de navidad, las historias clínicas o ese cuadro del Corazón de Jesús, si solo tenían sentido en función de la existencia de mi mamá? A pesar de esta certeza, cada hermano eligió aquel o aquellos objetos inanimados que representaban algo en su memoria, porque les habían concedido ese poder extraño de evocación que nuestro cerebro activa cuando los vemos. 


Recorrí su cuarto, miré dentro de su armario. Recordaba algunos vestidos, casi podía verla cuando los estrenaba: le gustaba ponerse guapa, se pintaba sus labios finos, se ponía colorete y se rociaba con algún perfume caro de los que le regalaban sus hijos. Me demoré tocando la textura de las telas, aspirándolas, olían a ella. Notaba un pedacito de mi mamá en esas prendas y lloré porque nunca más luciría esos trapitos frente al espejo, ni sonreiría mientras le decíamos lo linda que estaba ese día. Miré sus zapatos, que ya no volvería a pisar… Me quedé con dos pares de ellos pues calzábamos el mismo número. 


Mi periplo de despedida continuó con la visita al cementerio. Compré flores, porque eso es lo que se hace, y busqué su tumba. Lloré sobre ella y me indigné porque después de tantos días no estaba su lápida. ¿Cómo podía tener la certeza de que el nicho 110 era su tumba? Mi dolor se transformó en furia contra mis hermanos a los que llamé uno a uno para que me dieran alguna explicación. Dos días después estaba puesta la placa de mármol con la inscripción: María Raquel Cano Álvarez. Mayo de 1933-Noviembre de 2013. Después de la muerte de mi papá ella no quiso que figurara su apellido de casada en ningún documento. Se respetaron sus deseos hasta en su última morada. 


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